miércoles, 21 de abril de 2010

Carta a mis hijos[Tzahal Israel]

La vida me depara la dicha y el orgullo de ser padre de Soldados Israelíes. Si, me refiero a ustedes, de los que tanto hablan los medios de difusión del mundo y por supuesto que la mayoría de las veces nada bien, presentándolos como a monstruos que comen niños y torturan ancianas indefensas, pero esto es otra historia, es como las difamaciones que recibía nuestro pueblo en las épocas de la peste negra.

Yo soy el padre de ustedes, de un reservista de Nahal, de un jaial de Tzanjanim y de una futura jaielet; pero también los siento y los asumo; los reconozco a todos como hijos propios, en sus rostros juveniles, en su andar decidido y espontáneo, en los colores de sus gorras, en sus espaldas recargadas de pesadas mochilas, en sus armas cuidadas como tesoros, en las calles, en el autobús, en los trenes. Si, a todos, a los que nacieron en nuestra tierra de Israel y a los que vinieron de Sudamérica, de Rusia, de Etiopia y de todos los rincones del mundo, los que lo hicieron solos o con sus familias.

Muy de pronto, de la noche a la mañana, la vida los ha transformado de casi niños inocentes, desenfadados adolescentes, estudiantes de bagrut, en valerosos y sacrificados defensores de nuestras familias, de nuestras comunidades y de la tierra de Israel.

Hace tan poco tiempo que abandonaron sus juegos infantiles y tal vez no tuvieron el necesario para hacer los suficientes poemas de amor que quisieron y ya se encuentran con un arma en los brazos preparados para algo que ya dejo de ser un juego infantil o un romance de verano.

Les confieso que soy un padre al que nunca le cayeron simpáticos los himnos de guerra y los colores militares, un padre que nació y vivió en lejanas y verdes tierras, donde el uniforme militar no era un símbolo de defensa del país y de la sociedad, sino mas bien representaba el autoritarismo, el atropello de los derechos del pueblo, los golpes de estado y el enemigo era el propio pueblo. Un ejercito donde para ser oficial tenias que tener una religión determinada u ocultar la tuya y la de tus padres.

Lo sorprendente en este mundo tan violento e intolerante, es que ustedes no quieren ir a la guerra para exterminar al enemigo, para saquear indefensas poblaciones civiles o para conquistar tierras extrañas, quieren solo luchar contra los terroristas que se explotan en los autobuses y en los restaurantes para matar civiles inocentes, contra los que tiran Kazzam y Katiushkas donde sus blancos preferidos son nuestros hogares y talvez sobre naciones indecentes donde su gran sueño dorado es borrarnos de la faz de la tierra o echarnos al Mediterráneo.

Tengo la suerte de tener un hogar que esta permanentemente movilizado, principalmente los fines de semanas y jaguim, cuando ustedes llegan cansados, siempre contentos, con sus mochilas cargadas de ropa sucia que hacen funcionar los lavarropas al rojo vivo, con pretensiones de comer el asadito de papa o las comidas ricas de mama, con las expectativas de volver a ver de nuevo a los amigos de siempre o a aquella hermosa chica que conocimos. Y luego de nuevo la revolución de prepararse para partir siempre muy temprano, con el uniforme limpio y planchado, las botas lustradas y los besos apurados a papa y a mama con un: los quiero mucho.

No es para cargarlos de culpas ni para pasarles el fardo pero sin querer nos hacen sufrir muchísimo, cada vez que escuchamos noticias de enfrentamientos, atentados o secuestros o los informes del frente de combate nos tiembla el alma, esperando recibir llamados de los celulares que muchas veces están sordos y mudos durante las tareas mas delicadas que ustedes realizan y luego viene la calma al saber que están bien y la amargura de saber que a otro le pudo haber tocado esta vez.

Por supuesto que se de que están bien cuidados, porque hemos sido invitados a conocer adonde viven, que comen y cual es la cara y el número de celular del mefaked que se encarga de ustedes y al que le manifestamos que tenemos temores por nuestro hijo y el nos responde: también mi mama teme por mi.

Decían hace años que un hombre no debe llorar pero a veces ocurre, me hace caer lagrimas de emoción verlos en las ceremonias [b]donde reciben con mucho orgullo el Tanaj, el arma y la gorra, donde juran luchar contra el terror y los enemigos de nuestra Mediná, donde no juran morir por la patria sino vivir para que la patria viva. Nunca llegue a cantar el Hatikva con tanto fervor y con los ojos humedecidos.

Les deseo que vuestros mejores sueños se hagan realidad y que en el mundo que están ustedes construyendo reine una paz justa, permanente y verdadera.
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